Nunca pensó Nicola di Bari que el título de una de sus canciones más recordadas, inspiraría estas líneas, con un contenido tan distinto a los románticos versos que hablaban de una chica que se daba una vida importante, porque a los quince años tuvo un amante. Coincidentemente, nuestro país está viviendo, precisamente, los días del arcoiris, de colores tan brillantes al principio, pero que lentamente parecen desteñirse en los vicios que ofrece el poder y el resentimiento propio de su andamiaje como coalición gobernante.
Después de ese largo invierno que resultó ser la dictadura militar, volvía el sereno más radiante que nunca, alegre y lleno de esperanzas para forjar el futuro, disipando los nubarrones que no dejaron alumbrar el sol de la democracia. Así, iniciamos la aventura de reinventarnos políticamente, en una mal llamada transición a la democracia, otro ejemplo de nuestra maldita costumbre de utilizar los típicos eufemismos para no decir las cosas por su nombre. Y le ha costado caro al arcoiris usar tal denominación, pues lo que hemos vivido es un proceso de redemocratización de las instituciones políticas. Eso de la transición, dejémoslo para países que nunca han tenido una tradición democrática interrumpida por un golpe de Estado, como ocurrió en nuestro país. Ese fue el primer destiñe, quizás no tan notorio.
El segundo destiñe fue la desvirtuación del slogan que la entonces “Concertación por el No” ocupó para enfrentar el plebiscito de 1988. Claro, porque eso de “la alegría ya viene”, aparte de ser pegajoso, nunca quedó del todo bien comprendido. Nadie sabe con exactitud qué se quiso decir con tal slogan: si la alegría vendría con sacar al viejo dictador del poder o la instauración de un régimen democrático capaz de recuperar el respeto por nuestra institucionalidad, donde, como muchos creyeron, se alcanzarían la verdad y justicia que se habían anhelado. Es por eso, que hoy en día, todavía se escucha decir, frente a los momentos que vive el país, a gente que comenta muy particularmente ¿y esta es la alegría que viene? o ahí tienen la alegría, frases llenas de sarcasmo, desencanto o regocijo ante los fracasos de los gobiernos concertacionistas.
Como dice la canción, vivimos la vida de chica importante, porque a los pocos años tuvimos amantes. Amantes del reconocimiento internacional, sin importar que aún estuviésemos como las pelotas. Amantes de nuestro crecimiento económico, luciéndolo con orgullo frente a los demás países del continente, como un logro de las maravillas de un régimen democrático transparente, que alcanzaba seguridad en sí mismo. Amantes de la solidaridad internacional respecto al tema de los derechos humanos, mientras dentro de nuestras fronteras, no se compartía esta solidaridad, expresada en la inoperancia de la justicia y la nula cooperación de los involucrados, haciendo más profundo el dolor de los sobrevivientes y familiares de detenidos desaparecidos. Amantes del exitismo que nos tiene sumidos en una podredumbre moral y en una paranoia esquizofrénica nacional… En fin, amantes de una imagen tan frágil como el témpano de hielo llevado a Sevilla el año 1992, símbolo del Chile de los ’90, amigo de los elogios y el triunfalismo superficial que escondía nuestras debilidades. Con esto, el arcoiris ya queda bastante descolorido.
Después de un comienzo armónico, “tendido en la hierba como una que sueña”, vimos como las fisuras y diferencias del arcoiris se hicieron notorias. Peleas, desacuerdos, acusaciones políticas, atornillamientos al revés y luchas por la supremacía dentro del conglomerado, fueron marcando un camino lleno de incertidumbre. Quizás los años en que el poder ha estado en sus manos estén haciendo su efecto ¿Desgaste? Puede ser también que cada partido, al tratar de buscar su camino propio, haya preferido permanecer y sostener a esta coalición y que las metas no cumplidas se convirtieron en puntos de conflicto. Está de más decir que el arcoiris estuvo desconcertado, que discursos bien elaborados no iban a solucionar la crisis. El andamiaje se resistía cada vez más y las piezas parecían desarmarse.
Lo peor fueron las acusaciones de corrupción, hechas por quienes en su momento ocultaron acciones corruptas (si no lo entienden, me refiero a la derecha chilena), fueron el golpe más bajo a la credibilidad del arcoiris desconcertado. Ante el ciudadano común, la aparición de ex personeros de Gobierno denunciando sobresueldos, casos de coimas llevados a la justicia, con desafueros incluidos, intereses creados para votar en contar de proyectos de ley que buscaban el desarrollo del país (como la ley de Pesca…), críticas al financiamiento de la Reforma a la Salud y la utilización de fondos del Estado en “fiestecitas” de los ministerios, mostraron la irresponsabilidad de los políticos que forman parte de la alianza gobernante. Y fue el mismo ciudadano común quien le entregó su voto de castigo y escuchó gustoso como la Alianza por Chile vociferó, con pelos y señales, las equivocaciones del Arcoiris, convirtiéndose en regalos, dentro de su aspiración de ser gobierno.
Quedaba la sensación, para un análisis más profundo, que el tiempo de la Concertación estaba llegando a su fin, o quedaría tan debilitada que no alcanzaría un cuarto período, sin un líder que lograra cohesionar a los sectores que la conforman. Casi se pagó el costo de un accionar partidista que se expresó en acusaciones y equivocaciones. Pero, el Arcoiris aprovechó el tiempo para replantearse en sus fundamentos, en enmendar el camino errático que estaba recorriendo y ha conseguido un cuarto período y nada menos que con la primera mujer presidenta de nuestro país. Sin embargo, las cosas no han ido bien... la rebelión de los pingüinos, el Transantiago y las recientes subvenciones fraudulentas del Ministerio de Educación probablemente sean el último puñado de tierra sobre la sepultura de una alianza que nació para recuperar la democracia y que, en la actualidad, se ha aprovechado de ella al máximo. Mejor, quedémonos con aquel 5 de octubre de 1988, que nos hace referencia a la canción de Nicola di Bari, recordando lo que significó para gran parte del país el comienzo de la aventura concertacionista: “Eran los días, de un lindo arcoiris, se iba el invierno, volvía el sereno…”.
Después de ese largo invierno que resultó ser la dictadura militar, volvía el sereno más radiante que nunca, alegre y lleno de esperanzas para forjar el futuro, disipando los nubarrones que no dejaron alumbrar el sol de la democracia. Así, iniciamos la aventura de reinventarnos políticamente, en una mal llamada transición a la democracia, otro ejemplo de nuestra maldita costumbre de utilizar los típicos eufemismos para no decir las cosas por su nombre. Y le ha costado caro al arcoiris usar tal denominación, pues lo que hemos vivido es un proceso de redemocratización de las instituciones políticas. Eso de la transición, dejémoslo para países que nunca han tenido una tradición democrática interrumpida por un golpe de Estado, como ocurrió en nuestro país. Ese fue el primer destiñe, quizás no tan notorio.
El segundo destiñe fue la desvirtuación del slogan que la entonces “Concertación por el No” ocupó para enfrentar el plebiscito de 1988. Claro, porque eso de “la alegría ya viene”, aparte de ser pegajoso, nunca quedó del todo bien comprendido. Nadie sabe con exactitud qué se quiso decir con tal slogan: si la alegría vendría con sacar al viejo dictador del poder o la instauración de un régimen democrático capaz de recuperar el respeto por nuestra institucionalidad, donde, como muchos creyeron, se alcanzarían la verdad y justicia que se habían anhelado. Es por eso, que hoy en día, todavía se escucha decir, frente a los momentos que vive el país, a gente que comenta muy particularmente ¿y esta es la alegría que viene? o ahí tienen la alegría, frases llenas de sarcasmo, desencanto o regocijo ante los fracasos de los gobiernos concertacionistas.
Como dice la canción, vivimos la vida de chica importante, porque a los pocos años tuvimos amantes. Amantes del reconocimiento internacional, sin importar que aún estuviésemos como las pelotas. Amantes de nuestro crecimiento económico, luciéndolo con orgullo frente a los demás países del continente, como un logro de las maravillas de un régimen democrático transparente, que alcanzaba seguridad en sí mismo. Amantes de la solidaridad internacional respecto al tema de los derechos humanos, mientras dentro de nuestras fronteras, no se compartía esta solidaridad, expresada en la inoperancia de la justicia y la nula cooperación de los involucrados, haciendo más profundo el dolor de los sobrevivientes y familiares de detenidos desaparecidos. Amantes del exitismo que nos tiene sumidos en una podredumbre moral y en una paranoia esquizofrénica nacional… En fin, amantes de una imagen tan frágil como el témpano de hielo llevado a Sevilla el año 1992, símbolo del Chile de los ’90, amigo de los elogios y el triunfalismo superficial que escondía nuestras debilidades. Con esto, el arcoiris ya queda bastante descolorido.
Después de un comienzo armónico, “tendido en la hierba como una que sueña”, vimos como las fisuras y diferencias del arcoiris se hicieron notorias. Peleas, desacuerdos, acusaciones políticas, atornillamientos al revés y luchas por la supremacía dentro del conglomerado, fueron marcando un camino lleno de incertidumbre. Quizás los años en que el poder ha estado en sus manos estén haciendo su efecto ¿Desgaste? Puede ser también que cada partido, al tratar de buscar su camino propio, haya preferido permanecer y sostener a esta coalición y que las metas no cumplidas se convirtieron en puntos de conflicto. Está de más decir que el arcoiris estuvo desconcertado, que discursos bien elaborados no iban a solucionar la crisis. El andamiaje se resistía cada vez más y las piezas parecían desarmarse.
Lo peor fueron las acusaciones de corrupción, hechas por quienes en su momento ocultaron acciones corruptas (si no lo entienden, me refiero a la derecha chilena), fueron el golpe más bajo a la credibilidad del arcoiris desconcertado. Ante el ciudadano común, la aparición de ex personeros de Gobierno denunciando sobresueldos, casos de coimas llevados a la justicia, con desafueros incluidos, intereses creados para votar en contar de proyectos de ley que buscaban el desarrollo del país (como la ley de Pesca…), críticas al financiamiento de la Reforma a la Salud y la utilización de fondos del Estado en “fiestecitas” de los ministerios, mostraron la irresponsabilidad de los políticos que forman parte de la alianza gobernante. Y fue el mismo ciudadano común quien le entregó su voto de castigo y escuchó gustoso como la Alianza por Chile vociferó, con pelos y señales, las equivocaciones del Arcoiris, convirtiéndose en regalos, dentro de su aspiración de ser gobierno.
Quedaba la sensación, para un análisis más profundo, que el tiempo de la Concertación estaba llegando a su fin, o quedaría tan debilitada que no alcanzaría un cuarto período, sin un líder que lograra cohesionar a los sectores que la conforman. Casi se pagó el costo de un accionar partidista que se expresó en acusaciones y equivocaciones. Pero, el Arcoiris aprovechó el tiempo para replantearse en sus fundamentos, en enmendar el camino errático que estaba recorriendo y ha conseguido un cuarto período y nada menos que con la primera mujer presidenta de nuestro país. Sin embargo, las cosas no han ido bien... la rebelión de los pingüinos, el Transantiago y las recientes subvenciones fraudulentas del Ministerio de Educación probablemente sean el último puñado de tierra sobre la sepultura de una alianza que nació para recuperar la democracia y que, en la actualidad, se ha aprovechado de ella al máximo. Mejor, quedémonos con aquel 5 de octubre de 1988, que nos hace referencia a la canción de Nicola di Bari, recordando lo que significó para gran parte del país el comienzo de la aventura concertacionista: “Eran los días, de un lindo arcoiris, se iba el invierno, volvía el sereno…”.